Las ciudades son un gran espacio de encuentro entre la realidad y la ficción y por eso generan tanta fascinación a quienes habitan en ellas. Las dinámicas contemporáneas de las grandes urbes dejan como fruto millones de historias que son contadas de boca en boca hasta convertirse en una gran red de cuentos y fantasías que hacen que la rutina y la cotidianidad pierdan monotonía. Esto fue lo que pude deducir cuando leí el libro de Memo Ánjel El tren de los dormidos y otras historias de Berlín (2010) y cómo todas las ciudades terminan pareciéndose de una u otra forma, traté de trasladas esas historias berlinescas a Medellín, una ciudad donde el realismo mágico se hace tan tangible como cualquier novela de Gabo.
A continuación se enumerarán cuarenta y tres historias que encontré en Medellín y que se relacionan de una manera u otra con las que Memo Anjel describe de Berlin.
1. Las mujeres de las ventanas
Desde mi cuarto puedo ver a las mujeres que salen a la ventana en horas de la tarde a tomar el aire o tal vez a esperar que llegue el mensaje de alguna paloma mensajera en el que esté su tiquete de salida y puedan volar allí a donde quieren estar, o tal vez añoran la aparición de sus amados. Sea lo que sea, cada vez que salgo a la ventana y me uno a este rito privado el cielo se vuelve más rojo y más pensativo.
2. Matrimonio
En una tarde de verano en Medellín, a 31 grados centígrados y con un malgenio típico de estos días, estaba sentada en un restaurante de la ciudad y mientas esperaba ansiosamente a que llegara mi helado, hubo algo en el recorrido de mi mirada que me llamó la atención. Dos hombres, uno blanco, de cara redonda y vestido de azul claro estaba acompañado por lo que pareciera ser su marido, un hombre muy atractivo, de barba de tres días y vestía de forma más holgada. Frente a ellos se encontraba una hermosa niña, que sonreía mientras jugaba con el helado que acababa de llegar. Al principio fue sorpresivo y mi mirada no dejaba de detallar esta escena que poco a poco comenzó a dibujarse como una historia romántica de dos hombres valientes enfrentados a las acusaciones y señalamientos. Cuando seguí el recorrido del lugar vi que no era la única que los miraba, todas las señoras mayores de edad que tomaban el algo también miraban con discriminación a esta pareja que parecía estar aislada de todo mal, de toda acusación para demostrar al mundo que el amor está en todos lados, que el amor es de todos.
3. El hombre de la piyama
Cualquier persona que habite en frente de un edificio se ha visto en la curiosa situación de sentirse atraído por el que hacer del vecino del frente, quien a medida que pasa el tiempo se convierte en uno de los personajes más relevantes del día. En mi caso, cuando recién me mudé comencé a darme cuenta de la presencia de este hombre todas las mañanas, que a las seis y media de la mañana encendía la luces su balcón y prendiendo un cigarrillo comenzaba lo que pareciera su trabajo. Pero este hombre nunca vistió algo distinto a su pijama, sus shorts nunca combinaban con su camisa y su pelo rebujado le daba un aire libre y descompilado. Comencé a acostumbrarme a su compañía durante mi desayuno de todos los días. Pero mi dicha no duró tanto. Después de dos meses deje de verlo, una curiosidad repentina se apoderó de mí y para resolverla decidí ir a portería del edificio del frente donde habitaba mi acompañante matutino. El portero me respondió que allí ya no habitaba nadie y que por ahora se encontraba en venta
4. Cae la nueve.
Un día, cuando regresaba a mi casa emparamada y cansada por un largo día de trabajo, cayó sobre mí un avioncito de papel en el que decía: feliz de verte regresar. Mire hacia todos los lados para saber de dónde había llegado este mensaje, para cerciorarme que Dios no se había equivocado y que dicho mensaje era para mí. Sin embargo la ilusión duró poco cuando comencé a ver que los otros que caminaban por la misma calle miraban hacia el cielo mientras sostenían un avión de papel, tan blanco y tan pequeño como el mío. De repente la lluvia dejó de ser transparente y liviana para convertirse en una tormenta de avioncitos de papel que iba y venían de una dirección a otra buscando a los destinatarios. En ese momento me di cuenta que quien los enviaba nos conocía a todos, y desde allí saludaba a los agradecidos.
5. Trafico
Eran las once y media de la noche y el metro se encontraba casi deshabitado. Con alivio entré al primer vagón que llegó, pero inmediatamente me encontré atrapado por el tráfico de miradas y pensamientos que en él se encontraban. Me sentía aturdida y poco podía entender lo que los otros pensaban. Cuando logre encontrar un asiento comencé indagar en las miradas de estos personajes y cuando pregunté a la mujer del frente esta me remitió al hombre de adelante que miraba por la ventana pero que de vez en cuando volteaba a mirar a la chica de pelo rosado que impacientemente miraba a la señora que se encontraba frente a mí. salí del vagón pero cuando volví la mirada a mis viejos compañeros de viajes estos seguían intactos, seguían como estatua.
6. Una pizza con los bordes quemados
Solía ir a una pizzería todos los viernes en la noche a tomarme una sangría y pedir como acompañamiento una pizza de jamón serrano y queso mozzarela. Cada vez que iba era distinto y lo disfrutaba como si fuera la primera vez. Uno de esos viernes decidí cambiar la noche por la luz del día y me encontraba en la misma mesa con una copa de sangría esperando mi pizza. Después de media hora mi pedido llegó pero esta la vez la mesera no traía la misma sonrisa de siempre, su rostro mostraba impaciencia y dolor. Le pregunté que le ocurría y me dijo “cosas del corazón” cuando me entregó la pizza, está ya tenía los bordes quemados.
7. La profesora
He intentado todo tipo de ritmos y de estilos de baile durante los últimos diez años, y en todo ese tiempo jamás había conocido a un bailarín triste y desconcertado con la vida. Hasta que un día tomé la clase de Tap con Andrea, una profesora colombiana que había vivido en Argentina once años, pero que había regresado porque su madre estaba muy enferma. Al principio las clases comenzaban con ejercicios dinámicos y canciones felices pero a medida que pasaban los minutos el rostro de Andrea comenzaba a llorar y la música poco a poco se volvía lúgubre y lenta. Al final de la clase pedía disculpas y salía a llamar a su madre y después de colgar volvía a sonreír. A los seis meses dejó de asistir y jamás la volvimos a ver. Hace algunos meses me contaron que había regresado a Argentina y que allí había muerto.
8. Forma de ingreso
El camino que había que recorrer para llegar a la finca de mis abuelos era muy largo y aburrido. Sin embargo, por motivo de un derrumbe en la carretera mi familia y yo tuvimos que dejar el carro en un pueblo a dos kilómetros de la finca y pedir prestados unos caballos para que nos llevaran hasta nuestro destino. Para sorpresa mía esta cabalgata improvista resultó ser una de las experiencias más bacanas de mi vida, porque conocí paisajes que no había visto, conocí personas que habitan durante el camino y lo más importante pude tener un buen rato con mis padres y hermanos, que aunque había pasado muchas veces por allí con ellos, jamás habíamos tenido un viaje tan placentero y descansado como aquel. Esta nueva forma de ingreso se volvió recurrente, no solo para nosotros, sino también para amigos y otros familiares.
9. Hombres pájaros
Cuando el cielo está despejado y el viento juega libremente por este hermoso Valle de Aburra, los caminantes, cansados ya de utilizar sus pies, deciden lanzarse al aire con coloridas alas que van de un lado a otro. Es común ver como los fines de semana, en especial los domingos, el cielo de Medellín y de los municipios aledaños se convierte en una gran fiesta de colores y suspiros en los que los hombres pájaro demuestran a los que continuamos caminando que alzar vuelo es solo cuestión de fe y valentía.
10. Una oyente de opera
Medellín se ha convertido en una ciudad de eventos en la que importantes artistas locales e internacionales vienen a deleitar a los ciudadanos con sus piezas artísticas. Sin embargo Teresita sabe que ésta es una ciudad de hombres solo que no tienen con quien compartir estos acontecimientos y por eso cada vez que hay un evento en la ciudad se planta cerca de la puerta del teatro y espera a que un alma sola y desesperada vaya en busca de ella para invitarla y disfrutar de un bello concierto u obra de arte. Una vez le pregunté por qué seguía haciéndolo, ya que muchos las confundían con una prostituta y le hacían indecentes propuestas. Ella me respondió “yo necesito el arte y ellos me necesitan a mí”.
11. Un hombre en la cocina.
Cuando recién me trasladé a mi actual apartamento veía desde la ventana a un hombre en la cocina del apartamento del frente. Acompañado por sus dos hijos (no mayores de 5 años) cocinaba y lavaba los platos sucios. Una vez finalizaba con estas tareas sus hijos le aplaudían y lo abrazaban como si estuvieran orgullosos de su padre y el gran esfuerzo que hacía por alimentarlos. Esta escena se repetía todos los domingos en la mañana.
Ya han pasado cinco años desde la última vez que vi a los pequeños y a su padre en la cocina festejando. Ahora solo veo al padre cansado y con grandes ojeras mirando hacia abajo donde los niños, ya grandes, juegan fútbol con otros niños sin saber que su héroe del pasado los observa desde la ventana de la cocina.
12. Teólogo triste
Desde que entré a la universidad veo a un hombre, ya anciano, que se sienta en la entrada de la Facultad de Ciencias Políticas en una silla de estudiante. Siempre se le ve con un libro negro y el periódico del día debajo de éste, pero sus ojos no se interesan en este material, sino que mira con melancolía a los cientos de estudiantes y profesores que circulan por allí en busca de los salones de clase. No sé si sea abogado, filósofo o teólogo, solo sé siempre está sonriendo y esperando que alguno de los allí presentes vaya en busca de él para pedirle un consejo o una interpretación.
13. Un error de apreciación
Uno de esos días lluviosos y bochornosos me encontraba en el último vagón del metro, esperando a que llegara mi parada. Como siempre trataba de dirigir mi mirada hacia los avisos publicitarios para que ninguno de los usuarios se sintiera observado e incómodo. Cuando llegamos a la estación Universidad entró una mujer joven, de unos treinta años y en de su cuello colgaba un hueso opaco. Fue inevitable que las miradas de todos los que íbamos en el tren se concentraran en esa mujer, específicamente en ese hueso, tan aterrador y melancólico. La mujer no encontró asiento así que se recostó contra una de las puertas sabiendo que allí no era bien recibida. Al lado había unas monjas que la miraban con desidia y se secreteaban. A continuación un hombre le dijo “bruja” y mientras tanto una señora de edad de persignaba tres veces. Cuando mi parada llegó descubrí que la mujer del hueso también se disponía a salir y minutos más tarde nos encontrábamos los dos luchando por seguir la corriente que nos llevaría a la salida y en uno de esos empujones una foto salía de su bolsillo. Era la imagen de un soldado joven. La mujer la cogió con sus manos y desapareció.
14. Un pequeño accidente.
Se ha vuelto común ver a algunas parejas en centros comerciales, ciclo vías o incluso fuera del templo discutiendo fuertemente por motivo de un daño o algún accidente ocurrido por sus hijos. Pienso que la gota que rebosa la copa de un matrimonio débil son los hijos. Por eso cuando no hay amor, cuando no hay tolerancia el error de los pequeños se convierte en el gran motivo de pelea y separación de los padres. A pequeñas excusas, problemas profundos
15. La mujer de la maleta
Un día me encontraba tomando un café cerca del parque de Envigado en horas de la mañana. Todo sucedía de forma tranquila y desapasionada. Me llamó la atención ver a un padre y a lo que parecía ser su hija sentados en el centro del parque esperando impacientemente a alguien. Pasados unos minutos, apareció una mujer joven, que traía puesto un vestido negro ajustado a su cuerpo. La mirada de los allí presentes se centró en esta mujer. El hombre la recibió con un beso en la boca, pero la pequeña no quiso saludarla y a continuación comenzó a hacer muecas de aburrición y desaprobación. El hombre tomó la mano de la mujer y cogió la maleta.
Nadie, de los que observábamos la escena, se sintió cómodo con aquella mujer. A nadie le gusta ver cómo se reemplaza a una madre.
16. Un vecino.
Siempre he vivido en edificios altos y de más de treinta personas y por eso sé muy bien qué es tener un vecino y la responsabilidad tan grande supone serlo, en especial con aquellos que viven debajo. Hay que tener cuidado de no taconear en las noches, evitar los ruidos intensos, no jugar con el perro dentro de la casa o hacer fiestas hasta muy tarde. Sin embargo, aunque yo trato de cumplir al pie de la letra estas precauciones, vivo con dos hermanos que no lo hacen con tanta rigurosidad. Juegan fútbol dentro de la casa, corren, pisan duro, cantan a todo pulmón. Por eso cada vez que me encuentro con el vecino agacho la cabeza para evitar su mirada de recriminación y su deseo de asesinarme a mí y luego a mis hermanos.
17. El pianista.
Los tiempos del CD ya son pasados y encontrar a alguien que todavía los utilice con constancia y ahínco es casi imposible. Hoy en día quienes todavía tienen de estos objetos los guardan con cariño y melancolía porque son éstos los que conservan las voces, los colores y los sentimientos de amores y acontecimientos pasados. En mi caso, conservo tres CDs porque cada vez que abro sus cajas, encuentro en cada uno una pequeña máquina del tiempo que me transporta hacia los momentos que más recuerdo y añoro, devolviéndome las conversaciones y transformándome en un cuerpo multidimensional. Estoy segura que si me deshago de ellos, estaré haciéndolo también con mis recuerdos.
18. Una mujer gorda
Cuando mi tía Gloria compró el apartamento donde actualmente vive ya pasaba los cincuenta años y se encontraba de un peso promedio para su edad, por eso no hubo ninguno problema cuando se trasladó a aquel tercer piso para el cual solo se podía ingresar por una empinada escalera. Ya han pasado doce años y ella ha ganado mucho peso, ya ni se puede mover casi, las articulaciones le duelen y las piernas están comenzando a fallarle por la cantidad de kilos que deben transportar. Por esto ha decidido bajar solamente una vez por día, pues no corre peligro de caer por las escaleras y evita el desgaste muscular. La vecina del primer piso es quien recibe el correo y los paquetes que le llegan a mi tía. Es quien abre la portada a los visitantes y de tanto en tanto acompaña a mi tía en sus solitarias tardes.
19. Una inundación casera.
Siempre he vivido en apartamentos y la verdad es que hasta ahora no he tenido mayores problemas con ellos. Sin embargo tengo algunas historias un tanto incómodas. Entre ellas, recuerdo la vez en que el baño de la empleada del servicio de mi apartamento generó una gran humedad en el piso de abajo, en el cual vivía una señora ya pensionada dedicada a la pintura y la música. Resulta que como la señora vivía sola, había cambiado el cuarto de servicio por un pequeño estudio para sus pinturas, que eran para ella sus hijos consentidos. El daño que hizo tal humedad fue tal que comenzó a deteriorar los cuadros y dibujos que mi vecina tenía. Afortunadamente mi madre se había hecho amiga de ella y de vez en cuando le llevaba el desayuno, iniciativas que se convertirían en nuestra salvación, porque la señora muy amable comprendió la situación y no puso mayor problema. Luego de aquel incidente mi padre, que es constructor le envía de forma gratuita a los técnicos que ella necesita cuando tiene algún problema en su casa.
20. Un hombre en la oscuridad.
Abelardo fue, de lejos, el mejor mensajero que mi abuelo ha tenido en toda su vida. Era impecable, no ponía problema, no hablaba casi pero era responsable y tenía siempre una sonrisa lista cuando alguien la necesitaba. Sin embargo, debido a su forma de ser, pasaba desapercibido y fueron pocos los que conocieron la grandeza de este hombre. Antes de encontrarse con mi familia, Abelardo era simplemente el hijo de una madre soltera que trabajaba en una casa de familia como empleada de servicio. Un día iba por la calle leyendo unos LSD de su artista favorito y de pronto aparecieron dos atracadores que querían llevarse todo lo que tenía, en ese instante pasaba una patrulla de policía, pero los ladrones al verlo se transformaron en las víctimas y fue Abelardo quien terminó en la cárcel. Fue mi abuelo quien lo encontró en medio de la oscuridad, pero que poco a poco se convirtió, gracias a su sonrisa y entrega, en la ficha clave de mi abuelo en su trabajo.
21. Pobreza
Aunque la sociedad occidental ha avanzado enormemente en cuando a los derechos de las personas de color, sigue habiendo un racismo latente que se refleja en la cotidianidad de cualquier ciudad de occidente. Hace dos semanas caminaba por la setenta en medio del partido de Holanda y España. Todos los locales y bares estaban llenos, excepto uno. Me llamo la atención esto y por eso bajé el ritmo de mi caminada para ver qué era lo que ocurría allí. El dueño y los cuatro clientes qe estaban allí disfrutando de unas cervezas eran de color. Seguí mi camino desconsolada y un poco avergonzada.
22. Un encuentro.
Cuando uno está soltero encuentra en cualquier persona atractivo que ve en la calle al posible acompañante de su vida. Por lo menos sé que en las mujeres es así. A mí me ocurrió hace algunos años cuando una vez en el templo vi un hombre muy atractivo, flaco, acuerpado y con una barba de tres o cuatro días. No pude concentrarme el resto de la eucaristía.
Al otro día me encontré imaginando posibles encuentros y conversaciones con dicho hombre, que poco a poco se había metido en mi cabeza. Cada día se convirtió en un capítulo imaginado de una historia de amor. Una vez coincidió con él en una fiesta de una amiga, pero las conversaciones que tanto había planeado no fueron posible porque de repente me había quedado muda.
23. Un hombre pequeño.
Al frente de mi apartamento vive una pareja un poco extraña. La mujer es alta, elegante, se ve que es una ejecutiva importante de algún Banco de la ciudad; el esposo, por el contrario, es bajito, gordito y aunque siempre está bien vestido, esta le queda grande y por tanto pierde gracia. Casi nunca se les ve juntos, pero sé que son esposos porque tienen una pequeña niña que tiene los rasgos de los dos y las pocas veces que me los encuentro siempre es ella la que abre la puerta, trae las bolsas y saluda. El solo permanece atrás y sonriente. Sigo creyendo que los hombres siguen estando sobre estimados.
24. Una conversación de café
Confieso que escuchar conversaciones de otros es para mí uno de los grandes placeres de la vida, porque en cada uno de sus argumentos e historias encuentro un mundo inexplorado al cual me es inevitable entrar. Dentro de las muchas conversaciones en las que he participado como espectadora pasiva, recuerdo una en especial en la que dos hombres conversaban (sorprendentemente) sobre el amor y las desilusiones que éste siempre trae consigo. El primero de ellos, joven y muy atractivo, le contaba a un segundo hombre, bajo y tal vez un poco más viejo, porqué había dejado a Lolita, una adolescente que había robado su corazón, pero que debido a la diferencia de edad, esta desapareció, llevándose consigo la juventud y la alegría del hombre. Dos días más tarde la conversación continuaba en mi cabeza y sin darme cuenta comencé a aprenderme el orden de las frases de dicha conversación y al final terminé recitándola como un hermoso poema.
25. El tren de los dormidos
De domingo a jueves el metro de Medellín se convierte en las noches en un medio de transporte para los dormidos de la ciudad que cansados y ausentes deben regresar a sus casas después de una larga jornada o, lo que es peor, se dirigen a sus trabajos. Cualquiera que entre a un vagón durante las horas de la noche podrá ser testigo de una gran sinfonía de ronquidos, suspiros, bostezos y golpeteos de la cabeza contra las sillas. Lo que más me sorprende es que quien entre allí con ganas de seguir festejando termina igual o más dormido que los demás.
26. Un momento en la carrilera.
Siempre me ha causado risa los rostros de las personas que van en un tren y este frena repentinamente en medio del camino. Sus ojos se abren, comienzan a mirar de un lado a otro como tratando de ver que es lo que ha ocurrido y vigilan que nadie se de cuenta del nerviosismo y miedo provocado por el hecho de estar allí atrapado sin saber si corre peligro o no. Me ha ocurrido un par de veces, y lo cierto es que me divierte que esto suceda porque altera a las personas, las pone a pensar en situaciones y cosas distintas al trabajo o estudio. Es una pausa necesaria para nuestras vidas.
27. Del otro lado de la calle
Estoy orgullosa de ser estudiante de ciencias políticas, es una profesión que amo y que creo muy interesante e importante para cualquier ser humano. Sin embargo últimamente se ha vuelto muy estorboso ser estudiante de Ciencias Políticas. Es como una maldición, cada vez que me preguntan a qué me dedico surge inmediatamente el incómodo tema de las campañas presidenciales y de la corrupción rampante en nuestro país. Es como si fuera un pecado querer la política y verla desde una perspectiva positiva. Por eso, como he recibido tantas quejas, tantos discursos de vecinos y personas que me encuentro en la calle de porqué los responsables somos nosotros, “los políticos” (grave error es creer que el que estudia ciencias políticas se gradúa como político) he decidido caminar del otro lado de la calle, donde nadie camina ni pasa por ahí.
28. Personal de embajada
No hay nada más estresante que tener una cita en una embajada porque entrar allí es llegar a otro mundo, a otras normas y dinámicas a las cuales no estamos acostumbrados. Los sentidos y la conciencia se agudizan para controlar el cuerpo de tal forma que no se cometa algún error que ponga en peligro nuestra misión. Tener que lidiar con las miradas de los funcionarios de allí, sus muecas cuando salen a la calle a fumar o sus constantes preguntas rápidas y capciosas que ponen nervioso a los solicitantes de los permisos y visas, no solo por la intimidación sino por el malo olor que expiden los cubículos detrás de las pequeñas ventanas de atención. Cuando ya por fin se está fuera de ésa se respira con tranquilidad pero el cuerpo sigue estando rígido y alerta a cualquier mirada de cualquier transeúnte.
29. Un cuarto de televisión
Soy una fiel creyente de que los fantasmas existen y que las almas de nuestros familiares y amigos muertos nos persiguen por una u otra razón. A mí no me ha ocurrido eso y espero morir sin tener que contar alguna historia de ultratumba, pero si conozco algunas personas que han tenido alguna experiencia de éstas. El más cercano es mi abuelo, quien dice que mi abuela, quien murió hace ocho años, se sienta con él a ver televisión. Mi abuelo vive solo en un apartamento de doscientos metros cuadrados, lo cual es un gran espacio para él. Mi padre y sus hermanas han querido llevárselo para uno de esos nuevos edificios geriátricos pero él dice que en su casa se siente cómodo y acompañado. Dice que no quiere dejar a mi abuela sola y que por eso quiere quedarse allí, en su sofá, viendo Serenata y las noticias de las siete de la noche.
30. El contrabajista.
Aquel viernes me encontraba en un bar de la ciudad tomándome un mojito. Estaba sola porque había acabado de pelear con mi novio y no quería hablar con nadie, solo relajarme y pensar un poco. El bar tender que me atendió comprendió lo que me ocurría y me invitó a otro mojito, lo cual me sacó una gran sonrisa. Durante nuestra pequeña conversación me contó que él era músico y que había viajado por todo el mundo dando conciertos pero que debido a su novia tuvo que salirse de la Filarmónica, porque ella había quedado embarazada. Él decidió conseguir trabajo como bar tender, algo que hacía realmente bien, para sostener a su familia mientras conseguía un buen trabajo. Pero a los meses su novia lo abandonó. Cuando le conté el motivo de mi tristeza, él me respondió que no debía preocuparme que en menos de lo que yo pensara, el hombre que me estaba causando tanto daño iba a desaparecer antes de lo que yo pensara. Y así fue.
31. Un portero
Algunas noches, antes de acostarme, pienso en el portero de turno y lo difícil que debe ser para él resistir toda la noche sin siquiera echarse un bostezo. Diego, a quien le toca el turno el día de hoy, se ha mostrado muy amable cuando entré por última vez a mi apartamento. Me ha saludado con la mano y me ha regalado una gran sonrisa. Pero esto no tiene sentido para mí ¿qué motivo hay para estar feliz? ¿A caso no se aburre de estar metido en esas pequeñas cuatro paredes? Ahora que repaso lo ocurrido después de ese saludo tan misteriosamente cordial me pregunto qué habrá dicho o pensado él cuando me veía a través de la cámara del ascensor. Me ha pasado que me he levantado alterada debido a que he soñado que Diego me ha espiado por la insoportable cámara de seguridad y me maldice, tratándome de la peor manera e incluso escupiendo sobre la pantalla del computador.
32. Cuestión de trabajo.
Para muchas personas el trabajo supone un escape a la soledad y la depresión porque es durante este tipo de actividades que el ser humano se siente útil para el mundo y se siente acompañado. Es por eso que uno cuando camina por la ciudad ve a muchos ancianos todavía trabajando, que más que por necesidad lo hacen para no dejarse acabar por la soledad que trae la vejez. La secretaria de mi padre tiene ya setenta años, pero ella continúa detrás de su escritorio recibiendo llamadas, poniendo sellos y recibiendo la mercancía con una actitud siempre alegre y diligente, y creo que es porque le teme a estar sola y trata de evitar pensar en su hijo y su esposo, el primero ya muerto y el segundo en un centro de rehabilitación. El trabajo supone para los jóvenes una carga y un motivo de depresión, para los viejos supone la esperanza de que el mundo todavía los necesita; supone una excusa para no pensar en los tiempos pasados y en el cansancio de la vida.
33. Una vendedora
Cuando me dirigía a mi universidad un poco apurada porque ya iba tarde para clase de ocho de la mañana, el taxista que me transportaba me contó cómo había conocido a su esposa María, una mujer que en palabras de él “es una berraca y una hermosura”. Antes de convertirse en su esposa, María trabajaba como prostituta en un bar del centro de la ciudad. Una noche, cuando ella se dirigía a su lugar de trabajo, el taxista manejaba desconcentrado y la atropelló. El taxista asustado quiso ayudar a la mujer pero ella le dijo que no se preocupara, que no le había pasado nada grave y que era preferible que no lo vieran cerca de ella. Inmediatamente llegó un tipo alto y gordo, quien le dijo al taxista que se fuera si quería evitar problemas. Intranquilo por lo que había ocurrido comenzó visitar a la mujer para cerciorarse que aquel tipo no le hiciera daño. Hoy en día María es su esposa y viven muy felices juntos.
34. Una desaparición.
La desaparición de cualquier persona, sea buena o mala, impacta en la vida de sus familiares y demás personas cercanas, porque genera misterio, intriga, soledad, tristeza y agonía. Por eso cuando alguien desaparece, sea buena o mala, genera revuelo y sorpresa entre nosotros, los seres humanos. Dora era quien atendía los oficios de mi casa durante 4 años. Ella era una mujer alta, de tez blanca y de unos cincuenta años. Sin embargo, un día cualquiera mi mamá comenzó a darse cuenta de que Dora le estaba robando. Un día después de que mi madre hablara con Dora, ella desapareció, llevándose consigo los recuerdos más importantes de nosotros, las películas, los videos, las fotos, las joyas y algunos otros objetos de gran valor sentimental.
Nunca más volvimos a saber de ella. Aunque a medida que pasa el tiempo nos damos cuenta de lo mucho que se llevó consigo y del daño que, sin pensarlo, nos dejó a mí y mi familia.
35. Una cita
Los martes y los jueves, días en que tengo clase en la Universidad a las ocho de la mañana, me encuentro con Mario, el hombre que vive en el piso veinte y Elena, la mujer bonita y elegante del piso trece. Al principio pensaba que era simple coincidencia que los tres nos encontráramos sagradamente esos dos días, pero con el tiempo comencé a sospechar que algo extraño estaba ocurriendo. Primero fueron los constantes intercambios de miradas entre ambos vecinos y luego un silencio incómodo y muy elocuente. Me di cuenta que era yo la que estorbaba y que por tanto debía dejar de tomar el ascensor a esa hora y esperar veinte minuto más, para así dejar que los dos puedan conversar y concretar de una vez por toda su relación. Un día olvidé esperar los veinte minutos y entré al ascensor, pero esta vez el hombre ya no estaba. La mujer me miró y luego agachó la cabeza.
36. Un hombre en el semáforo
Los semáforos y las cebras que los acompañan, se han convertido en una verdadera pasarela en las grandes ciudades. Cuando el semáforo está en rojo los transeúntes eligen su mejor pose para esperar el cambio de luz porque aunque parecieran desinteresados, lo cierto es que es este el momento en que las miradas de cada uno detallan sus objetivos de tal forma que no se les escape ninguna oportunidad para lucirse y acechar. Como cuando un cliente va en busca de una gran obra de arte para llevarse. Una vez cambia la luz, la dinámica regresa y los antiguos maniquíes se encuentran unos con otros, rozándose las manos, dándose pequeños empujones, o simplemente haciendo un intercambio de miradas. En esa ocasión Manuela, mi amiga de la universidad, encontró la mirada de Mauro, un tipo grande y de tez morena, que sin perder dicha oportunidad le sonrió y posteriormente se le acercó para preguntarle una dirección. Desde entonces llego sola a la Universidad, esperando a que Manuela aparezca y me dé el resumen del día.
37. Construcción.
En el centro administrativo de Medellín habitan dos fantasmas que van desde allí a toda la ciudad para recordar que la paz se construye desde lo local, que la valentía y el sacrificio son valores que van de la mano, siempre y cuando el fin sea justo. Cuando ya han dado la ronda por cada una de las esquinas de los barrios y comunas regresan a su morada, dos troncos sobre los cuales reposan el peso y se nutren de sabiduría. Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverry siguen estando presentes en nuestra memoria y en nuestros corazones. Siguen siendo parte de nuestra ciudad, Medellín.
38. Un conductor de bus
En Medellín subirse a un bus es una decisión casi mortal, porque quien decide tomar este transporte se arriesga a tener que vivir minutos de impaciencia, miedo, terror y luego dolo en el cuerpo. En esta ciudad, la más innovadora, la más educada, abundan las bestias al volante, especialmente si de transporte terrestre se trata. Cada vez que debo tomar el bus me persigno tres veces para que el conductor elegido para el día de hoy no pelee con nadie, ni mucho menos con ningún otro carro, porque si es así, mi suerte ya está echada.
Un conductor de bus bravo, irascible e impaciente puede ser el arma más peligrosa que esconde una ciudad. Por eso recomiendo saludar amablemente e ir detrás de una silla que se pueda asir, porque de lo contrario su vida está en peligro.
39. Una pareja aburrida
Siempre que voy a un restaurante o a algún café de la ciudad evito sentarme cerca de parejas adultas porque la mayoría de las veces la incomodidad de su silencio me estorba o porque las conversaciones terminan siendo tan banales y aburridas que me deprimen de manera abismal. Me he dado cuenta que cuando las parejas lleva muchos años juntos, la intimidad y la chispa que antes había entre ellos comienza a desaparecer y es cuando comienzan a hablar sobre la vida de sus hijos, de sus familiares y amigos, sobre los viajes pasados y entre conversación y conversación aparece una que otra recriminación. No me gusta que la gente me recuerde que el amor no es infinito, no me gusta pensar si quiera que la chispa del amor juvenil se apaga para dar paso a la rutina, la improvisación y un esfuerzo constante por encontrar un tema que a los dos les guste y en el cual los dos estén de acuerdo, tal vez por eso es que las historias del pasado se convierten en el tema favorito de las parejas adultas.
40. Panes de fiesta.
La torta de chocolate más maluca que he probado es la que hace mi tía Clara, que con todo el cariño y dedicación cocina cada fin de mes para darle a sus hermanos menores. Mi madre no ha encontrado la forma de decirle que no queremos más torta, no solo porque es tiene muy mal sabor sino porque ya estamos cansados de comerla. Algunos tíos míos se han lanzado al abismo y han hablado con la verdad, pero como no les ha ido bien mi mamá prefiere seguir recibiendo la torta y seguir fingiendo su sorpresa y agradecimiento.
41. El templo
Los neocatecumenales celebran con gran devoción las fiestas litúrgicas. En sus encuentros cantan, alzan las manos, rezan en conjunto y viven con alegría cada oración. Una vez, me contaron mis padres, el esposo de una mujer de la comunidad murió de una enfermedad terminal y por ello hicieron una misa especial por él, pero en esta ocasión no hubo llanto ni tristeza, por el contrario, fue tan lindo y emocionante lo que se vivió en dicha comunidad que parecía que el hombre que había muerto había resucitado para estar allí con ellos, para cantar y alabar a Dios. Ninguno de los allí presentes dudó que el hombre estaba feliz y se encontraba en una mejor vida.
42. Música
Conocí a Fernando cuando era profesor de rumba en uno de los gimnasios mas prestigiosos de la ciudad, y desde el principio noté que esa no era su pasión. Una día, mientras descansaba en la cafetería me lo encontré y le pregunté por su vida y por cómo había terminado allí. Me contó que era de Manizales y había llegado a Medellín hacía dos años en búsqueda de una vida como bailarín, pero desde que llegó a esta ciudad se dio cuenta que no iba a ser tan fácil como pensaba. Fernando no ha logrado entrar en las grandes compañías de baile de la ciudad y no ha podido encontrar trabajo como profesor de contemporáneo, su verdadera pasión. Sin embargo habla de Medellín como si fuera el cielo, como si fuera la ciudad que le dio la vida. Ama su clima, sus ciudadanos, los lugares y actividades que aquí se desarrollan. Dice que quiere vivir aquí hasta el final de sus días, sin importar si es aceptado o no en la comunidad de bailarines de esta ciudad.
43. Mi vida en Medellín
Los veintidós años que he vivido en Medellín me convierten en una enamorada empedernida de esta ciudad, que día tras día trae consigo acontecimientos increíbles que han convertido mi vida en un libro de historias y anécdotas mágicas y divertidas.
Durante el tiempo que he estado aquí he aprendido a disfrutar los espacios y a las personas que las llenan y les dan color porque en cualquier momento pueden desaparecer o, lo que es peor, convertirse en otra cosa que no reconozco o tolero. La ciudad, por sus dinámicas no acepta monotonía ni repetición y por eso hace lo posible para que en la vida de uno entren y salgan personas tal y como lo hacen las colecciones de ropa en las distintas estaciones. Y si alguna vez me siento aburrida o estresada solo tengo que salir a la calle para relajarme, para aprender y conocer nuevas cosas, nuevos lugares y personajes, quienes al final de cuentas son los que le ponen el rostro a la ciudad. Hay que tomarse la ciudad con el corazón y la imaginación, porque solo así podremos vivirla tal y como es; solo así podremos conocer las maravillas que Medellín tiene para mostrar y compartir con quienes se lanzan a ir más allá de lo lógico, de lo sencillo.
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