Dos brazos para dar fin a las trincheras en Colombia

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 Montelíbano es internacionalmente conocido por ser el municipio que alberga una de las minas a  cielo abierto grande del mundo, pero es nacionalmente conocido por ser  el anfitrión de los  diversos males que por más de 50 años han corroído a la sociedad colombiana. Esta es una tierra  de colonos sabaneros, de fértiles suelos y abundantes riquezas naturales, que sumados a su  posición estratégica (ubicado en el Nudo de Paramillo) hacen de éste un imán perfecto para los    intereses, no solo de grandes inversionistas y latifundistas, sino también de paramilitares,  guerrillas, bandas criminales y narcotraficantes que encuentran en Montelíbano un lugar perfecto  para asentarse, arrebatando a sus pobladores la paz y tranquilidad  de su cotidianidad.

 La  explotación de los mineros por parte de la multinacional Cerro Matoso, la  corrupción de sus  funcionarios públicos, la ausencia de Estado, la presencia de grupos armados (guerrilla,  paramilitares, y bandas criminales) y narcotraficantes, y un grave problema agrario, convierten a Montelibano en un gran hoyo negro, en una trinchera estratégica para la guerra y en un punto muerto para la soberanía del país. Un ejemplo más dentro de los muchos municipios y veredas que se encuentran ahogados en la pobreza, el olvido, la ilegalidad y la violencia. Poblaciones que deben ser tenidas en cuenta a la hora de hablar de una construcción de paz, puesto que si no son traídas a la discusión como primer paso, seguirán siendo nodos de conflicto y de violencia.

Montelibano, ademas de tener la mina de níquel más grande de Colombia, cuenta con la presencia de grandes terratenientes y ganaderos, que dueños de la riqueza y los beneficios de su posición se han encargado de fortalecer lo que Duncan denomina “la base clientelista de la sociedad”,  donde  los campesinos obtienen sus beneficios y servicios básicos a partir de la intermediación de estos señores feudales, permitiendo de esta manera la construcción de una fuerte estructura vertical. La sociedad se ha acostumbrado a la ausencia del Estado, se ha acostumbrado a este tipo de relaciones y por eso se hace fácil la promoción y aparición de grandes señores de la guerra, que con sus actividades ilícitas cuentan con el capital suficiente para traer el progreso y el mejoramiento de las poblaciones, recibiendo a cambio el apoyo y protección por parte de los campesinos, que sin darse cuenta, se han convertido en el ejército raso de una guerra sin sentido. Con uno de los peores problemas de distribución de tierra en el país y una rápida concentración de la propiedad en manos de narcotraficantes, esta región se convirtió a finales de los ochenta en el campo de batalla de una gran guerra de aparatos  –guerrillas, paramilitares y narcotraficantes –  y en los años noventa en un albergue de una de las estructuras más fuertes y consolidadas que tuvieron las ACCU y la AUC.

Gustavo Duncan define que la presencia de señores de la guerra se da cuando “la coerción y protección en una sociedad por parte de facciones armadas al servicio de intereses individuales y patrimonialistas, es superior a la capacidad del estado democrático de ejercer un grado mínimo de monopolio de la violencia, y al ser las facciones armadas la principal herramienta de coerción, extracción de recursos y protección del orden social en una comunidad, es posible concluir que se constituyen en su Estado en la práctica” (Duncan, 2006, p.30). Y traigo a colación esta definición, porque creo  estos señores de la guerra constituyen uno de los principales problemas que tiene Colombia para lograr una cultura de paz en las diferentes localidades del territorio nacional. Mientras el Estado no despierte de su adormecimiento, y las comunidades no se apoderen de su papel activo como ciudadanía, este país seguirá hundiéndose en el  fango de la guerra

Quiero proponer una manera distinta de entender la vía de un proceso de paz , donde no  sea una línea vertical de “arriba hacia abajo” o de “abajo hacia arriba” como lo han planteado algunos autores, sino de crear sinergias que permitan un proceso horizontal, donde  las autoridades públicas y  las comunidades locales en general estén en función del mismo ideal y del mismo camino para alcanzar la convivencia pacífica, de manera que se conviertan en los dos brazos que construyan paz, cada uno siendo eficiente en sus funciones: por un lado el desarrollo de políticas públicas y mejoramiento de infraestructura del Estado, tanto central como local, y  por el otro la construcción desde la comunidad de campañas para la  transformación de valores y el fortalecimiento de la identidad nacional

Pienso que es necesario que existan dos brazos fuertes capaces de sacar adelante el proyecto de paz en Colombia. Por un lado el brazo del Estado, que proponga políticas públicas coherentes, marcos legales eficaces, capital económico, infraestructura judicial y coercitiva que mantenga la seguridad del territorio, permitiendo pilares más fuertes, con mayor capacidad para sostener a esa gran plataforma para la paz y enterrando las posibilidades del resurgimiento de señores de la guerra. Por otro lado está el brazo que representa a las comunidades locales del país, como Montlibano, que haciendo uso de su conocimiento sobre el funcionamiento de los factores reales de poder dentro de las regiones, así como las dinámicas sociales y políticas que allí suceden, se encarguen de  difundir un mensaje transformador de valores, que permitan cambiar la visión de desarrollo y realización de los pobladores, y logren así desacreditar las prácticas ilegales que se han impuesto en los años de guerra en Colombia. Además es tiempo de que las comunidades dejen de temerle al control político, tan necesario para que el Estado y las instituciones, funcionen como debe ser.Este brazo permitirá que la plataforma tenga más amplitud y más flexibilidad para que los cambios y proyectos que se generen luego de una negociación de paz puedan acoplarse efectivamente al modus vivendi de la sociedad colombiana,  sin el riesgo de que resurjan los problemas iniciales del conflicto.

Al incorporar a los ciudadanos en estos esfuerzos por construir la paz, se les está dando un reconocimiento como actores, otorgándoles al mismo tiempo responsabilidades para hacer que la convivencia pacífica dentro del territorio sí sea posible. Es un proceso completo e íntegro, que requiere de la eficacia de ambos brazos  para que tenga éxito.

Cuando cada brazo reconozca la necesidad del otro y logren trabajar juntos, cada uno haciendo lo que mejor saber hacer, podrá encontrar la paz una pista de aterrizaje, no solo en Montelíbano, sino también en el resto del país, con la garantía de haber sido construida con unidad, integridad y proyección, asegurando estabilidad para las generaciones futuras.

Referencias: Duncan, G. (2006). Los señores de la Guerra. Bogotá: Ediciones Planeta.

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